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20 latas por un dólar: la lucha por sobrevivir de los recicladores de Nueva York
Josefa Marín y Pedro Romero pasan el día a la intemperie, rodeados de latas y bolsas de basura. Con canciones de Bad Bunny de fondo, esta pareja mexicana, tras 34 años de residencia en EEUU, cuenta que “les gusta” su trabajo. Son recicladores, personas que viven o ganan un sobresueldo recogiendo latas, una de las comunidades más grandes de trabajadores callejeros que en Nueva York suma hasta 10.000 personas.
Aunque ambos habían tenido otros trabajos más tradicionales en el pasado, de limpieza doméstica, restauración y cuidado de niños, ahora se dedican a recoger latas a tiempo completo. Viven en Bushwick, cerca de Sure We Can, uno de los 20 Centros de Redención de la ciudad, situado en un barrio de Brooklyn. Con su trabajo tienen suficiente como para pagar su alquiler de 1.200 dólares al mes, y cubrir sus gastos básicos. “Le dedico hasta 14 horas al día a recoger y clasificar latas, y está bien cansado, pero me gusta”, cuenta Josefa.
Sure We Can —que se traduce como ‘Claro que podemos’, pero que es un juego de palabras ya que “can” en inglés significa lata— es un centro fundado en 2007 por una monja española, Ana de Luco, y Eugene Gadsden. En 2022 el centro atendió a 1.200 lateros, a los que devolvió más de 700.000 dólares. Los centros de redención aceptan contenedores vacíos, los canjean y pagan a los recicladores por cada lata o bolsa de latas.
Marín y Romero se quejan de la poca valoración que recibe su trabajo: “es un trabajo como cualquier otro”, dice Romero, y del hecho de que su sueldo está estancado desde 2009.
5 céntimos por latilla
En 1982 se implementó la Ley de Contenedores Retornables, conocida como la Ley de Botellas (Bottle Bill), en respuesta a una protesta por la gran cantidad de contenedores de vidrio y plástico que había en los espacios públicos de Nueva York. Esta ley suponía que, por primera vez, por cada lata de plástico retornada al estado, se pagaban cinco céntimos de dólar. El consumidor paga cinco céntimos extra por bebida, que puede recuperar devolviendo el contenedor vacío. En 2009, la tarifa se elevó ligeramente y se incluyeron las botellas de agua.
Como los consumidores no tenían el incentivo de devolver las latas, hubo muchas personas, como Josefa Marín y Pedro Romero, que se convirtieron en recogedores de latas profesionales. Para ganar un dólar, es necesario recoger 20 latas. Si se recogen 100 latas a la hora, son 5 dólares —unos 4,6 euros—.. Y no solo hay que recogerlas, sino que también hay que clasificarlas por tipo de lata o botella y marca, una tarea que, por lo general, se hace posteriormente. Si un reciclador recoge 1.000 latas a la semana, ganaría un total de 2.600 dólares al año —unos 2.380 euros—.
A pesar de que no paga muy bien, hay gente que se siente atraída a la profesión por la flexibilidad y la facilidad burocrática que ofrece, entre otros motivos. Ryan Castelli, director ejecutivo de Sure We Can, explica que normalmente los lateros son personas que experimentan barreras para el empleo tradicional, ya sea por racismo, clasismo, dificultades de idioma, discapacidades físicas o mentales, personas mayores que no pueden hacer trabajos normales, o simplemente personas que quieren más independencia, para obtener ingresos complementarios.
A Josefa Marín y Pedro Romero, una de las razones que les llevó a dedicarse a recoger latas fue que no hablan el inglés, y que no tienen documentación de Estados Unidos para poder ser contratados de forma legal.
“Cuando hace frío tengo mocos, cuando hace calor estoy sudando, y si llueve me mojo, pero hago mi trabajo 12 meses al año, haga el tiempo que haga”, dice Josefa. A lo que Pedro añade que “es un trabajo duro, pero tenemos música, ambiente, y alegría, tenemos de todo”. Respecto a la competencia y la convivencia con los compañeros, “tratamos de entendernos, como sea”, dice Josefa.
La pareja de recicladores sale a recoger latas los miércoles y los domingos durante el día, y los viernes y sábados por la noche, en el barrio de Williamsburg (cercano a su casa y a Sure We Can), conocido por ser un barrio de jóvenes de clase media-alta y de muchos bares y ambiente. Pedro y Josefa conocen a los porteros y camareros de los locales, que les guardan latas. “Los recicladores también tenemos sentimientos, tenemos una vida, una familia, y un lugar donde vivir. Hemos hecho de un método para salvar el planeta nuestro trabajo”, dice Josefa.
Los centros de redención como Sure We Can, que en 2022 atendió a un récord de 1.200 personas, reciben 3,5 céntimos extra por cada lata o botella. En el caso de Sure We Can, como es una organización sin ánimo de lucro, sirve para redistribuir a la comunidad. Los lateros reciben hasta 1,5 céntimos adicionales por pieza, explica Castelli.
También se organizan talleres y se reparten chalecos para los miembros para evidenciar que son trabajadores como cualquier otro, así como se les permite alquilar un espacio para almacenar su mercancía a un precio asequible. Adicionalmente, se usa ese dinero para remunerar a los recicladores que están enfermos para que puedan sobrevivir.
Una ley que beneficie a todos
Ryan Thoresen Carson, organizador de la campaña de Residuos Sólidos de la NYPIRG (New York Public Interest Research Group) opina que “la Ley de Botellas debe modernizarse para incluir bebidas populares no carbonatadas, vino, licores y sidra y aumentar así el valor del depósito redimible a 10 céntimos”.
Carson explica que ampliar una Ley de Botellas sería un gran beneficio financiero tanto para los municipios de Nueva York como para el estado en general. Al reciclar 5.500 millones de contenedores adicionales, se estima que los municipios de Nueva York ahorrarían 71 millones de dólares al año (unos 65 millones al año).
Gracias a la Ley de Contenedores Retornables, en 2020 se reciclaron 5.500 millones de plástico, vidrio y aluminio sin coste para los gobiernos locales. En este momento, tanto los centros de redención como la NYPIRG están abogando por la aprobación del proyecto de ley Bigger Better Bottle (Botella Mejor y más Grande) en la legislatura.
En Sure We Can, Jessica Barbecho se encarga de recibir a los recicladores, así como de diversas tareas administrativas, como pagarles cuando entregan sus latas. “Abro cada día a las 7:30 de la mañana, y tengo que llegar puntual, porque siempre hay lateros ya esperando”.
Barbecho cuenta que el reto más complicado de su trabajo es el de las barreras del idioma. “Cada cual habla su propia lengua, y muchas veces es difícil comunicarse”, dice. Aunque no hay cifras oficiales, la mayoría de los recicladores son de origen latino o asiático. Ryan Castelli añade que también hay un número relevante de afroamericanos. En todo el centro, añade, solo hay dos lateros blancos.
“Los recicladores tratamos de salvar nuestro planeta, así que espero que la gente tome conciencia y se den cuenta de que limpiar las calles es tarea de todos y de que nuestro trabajo es imprescindible para que la ciudad sea habitable”, concluye Josefa.